Mi historia:
el origen de CÍVIVA
Me llamo Francesc Baquer Font y nací en 1991 en La Bisbal d’Empordà. Mi infancia y adolescencia transcurrieron entre este pueblo y Torroella de Montgrí, yendo constantemente de uno al otro. Este ir y venir me llevó a reflexionar por primera vez sobre la movilidad y la organización territorial, especialmente en una región tan condicionada por la dependencia del coche como es el Empordà.

Actualmente vivo en la Garrotxa, donde comparto la vida con Laura y Jana. Jana, con su inocencia, nos recuerda cada día el verdadero significado de vivir.
Estudié arquitectura en la Universidad de Girona y completé el último curso en la IUAV de Venecia gracias al programa Erasmus. Esta experiencia en Italia fue decisiva para especializarme en urbanismo, espacio público y movilidad sostenible, que desde entonces se han convertido en los pilares de mi recorrido profesional y personal. Fue en Venecia, junto a Laura, donde descubrí los estudios sobre territorio, paisaje y movilidad, y donde empecé a canalizar académicamente todo lo que había aprendido como víctima de un accidente de tráfico.
Con Laura compartí el proyecto final de grado, titulado “El rol de les infraestructures en la reinterpretació del territori contemporani. El cas de les comarques gironines: de la jerarquia a la isotropia.” Este trabajo marcó un punto de inflexión académico y personal, sentando las bases para la creación de CÍVIVA: un proyecto profesional que combina reflexión y acción para mejorar el territorio y la calidad de vida de las personas.

que lo cambió
todo
El lunes 7 de junio de 2004, con tan solo 13 años, mi vida cambió de forma irreversible. Era el lunes previo a los exámenes finales de primero de ESO y al esperado inicio de las vacaciones de verano. Aquella tarde, mi madre vino a buscarnos a mis hermanos y a mí al almacén de mi padre, en Gualta, para regresar a casa, en La Bisbal. Nada hacía prever que, un minuto después, en la curva del Mas Bahí, en la carretera GI-643, el coche sufriría una avería mecánica. La dirección se rompió, el vehículo dio varias vueltas de campana y yo salí despedido fuera del coche.
No recuerdo nada de aquellos instantes. Solo lo que me han contado: un bombero y una enfermera que circulaban en moto justo detrás de nosotros me atendieron de urgencia con un botiquín que, por «casualidad», llevaban consigo. Aunque no conozco su identidad, siempre les estaré eternamente agradecido. Una ambulancia medicalizada me trasladó al Hospital Josep Trueta de Girona, donde me operaron esa misma tarde y noche. Cuando desperté, días después, estaba en la UCI.
Aquel accidente no solo dejó cicatrices físicas y psicológicas, sino que también abrió una nueva forma de entender la vida. Fue un periodo largo e intenso, marcado por múltiples operaciones quirúrgicas, rehabilitación y una constante adaptación física y emocional. Aprendí que ser víctima de un accidente de tráfico no solo afecta las lesiones físicas, sino también las dimensiones psicológicas y emocionales, tanto de la víctima como de sus familiares y personas cercanas.
Con el tiempo, empecé a entender que las «casualidades» que rodearon aquel día, en realidad, eran causalidades. Ese episodio plantó la semilla de una vocación que años más tarde cristalizaría en mi compromiso profesional: trabajar por las personas, creando territorios más seguros, humanos y sostenibles.

Del accidente
al territorio

Hay un detalle cargado de simbolismo que nunca he podido ignorar: el punto exacto donde tuve el accidente, la curva del Mas Bahí, es el mismo lugar donde, años después, se propuso el inicio de una nueva carretera que atravesaría la llanura del Baix Ter.
Cuando vi esa propuesta en el Estudio Informativo de la variante de la C-31, no pude evitar recordar aquel día que cambió mi vida. Pero lo más sorprendente fue analizar los datos de tráfico que justificaban esa infraestructura y descubrir que carecían de información relevante, lo que había llevado a errores significativos. En contraste, el Plan Estratégico de Movilidad Sostenible de Torroella de Montgrí i l’Estartit (PEMMS), que habíamos elaborado dos años antes, ya había demostrado que una nueva carretera en medio de la llanura no solo era innecesaria, sino que tampoco resolvía los problemas de congestión en el territorio.
Ese punto no era solo una intersección física, sino también simbólica. Era como si el lugar donde mi vida dio un giro inesperado volviera a aparecer para recordarme el propósito de mi trabajo. Aquella carretera no era solo un proyecto fallido; era una metáfora de un modelo de planificación que a menudo ignora a las personas y las dinámicas locales.
Ese vínculo entre mi accidente y el proyecto me reafirmó en mi vocación: trabajar por un modelo de planificación territorial más humano, más consciente y más respetuoso con el territorio y su gente. El lugar que un día cambió mi vida se convirtió, años después, en el punto de partida de una forma diferente de entender el territorio, comprometida con un futuro más sostenible y justo.
hoy
Hoy, CÍVIVA es el reflejo de aquel camino iniciado sin querer. Su nombre combina la partícula “ci”, de ciudad (entendida en todas sus formas), con “viva”, un homenaje a la vida en toda su complejidad y riqueza. Porque, al fin y al cabo, cada territorio, cada espacio, solo tiene sentido si es capaz de poner la vida —humana, social y natural— en el centro.
CÍVIVA es un espacio técnico, creativo y reflexivo donde trabajamos profesionales especializados en diferentes ámbitos para transformar territorios, pueblos y ciudades. Cada proyecto es una oportunidad para honrar este compromiso con la vida, conectando con aquella vocación que nació de una experiencia personal y que ahora está orientada a mejorar la calidad de vida colectiva.
Y todo comenzó aquel lunes, 7 de junio de 2004.
